domingo, 12 de febrero de 2012

Capítulo 6: Quirino

Avanzando a través de las aguas en calma, el Sol di mare se aproximaba al puerto en un tenso silencio, interrumpido por el estruendo periódico de las cargas de profundidad que iban levantando enormes columnas de agua alrededor del carguero. Se podían ver con claridad los restos de varios barcos hundidos, diseminados alrededor de la bocana del puerto, allá donde los mutantes habían acabado con ellos. Toda precaución era poca al aproximarse a la costa: además del campo de fuerza que rodeaba al barco, y de las cargas de profundidad, las redes metálicas que lo circundaban por el exterior a la altura de la cubierta y hasta tocar el agua estaban en posición de alerta, y todas las torres con cañones de energía a lo largo de los extremos de la cubierta tenían su dotación al completo, vigilantes, con los detectores activados y las armas dispuestas para el combate.

Desde que los mutantes hicieran su revolución y se adueñaran de las costas del mundo, nada había vuelto a ser igual. El comercio se volvió muy difícil, pues mayoritariamente se podía hacer solo por carretera o medios aéreos, los cuales pronto se quedaron sin el combustible necesario. Ello había obligado a una revolución energética y social, dado que el suministro de derivados del petróleo se hizo casi imposible más allá de donde se producía, o donde llegaban las redes de oleo y gaseoductos, pues en un mundo globalizado las refinerías estaban mayoritariamente en continentes diferentes de los pozos de petróleo.

Eso hizo que los humanos casi llegaran a perder la guerra, y se extendiera el caos mutante, cosa que pasó en buena parte de los países en vías de desarrollo y subdesarrollados, de los cuales el mundo humano tenía pocas o ninguna noticia. Solamente Europa Occidental, América del Norte, Japón, China, Rusia, Israel, Singapur y parte de la India, Australia, Filipinas, Chile, México, Colombia, Venezuela, Sudáfrica y algunos otros pudieron resistir el envite y, utilizando hasta el extremo sus reservas energéticas, montar defensas en sus principales ciudades y zonas urbanas, recuperando posteriormente enclaves estratégicos como explotaciones energéticas, parques eólicos, centrales nucleares, bases militares, etc.

Poco a poco tras el caos inicial las naciones no destruidas fueron recuperando su territorio, llegando a un status quo cuando se pudieron instalar campos de fuerza, invento japonés que, de manera urgente, distribuyeron al mundo de forma “gratuita”, como otros avances tecnológicos a partir de entonces (armas de energía, detectores, generación de energía a partir de fisión fría, etc.), pero sin facilitar toda la información necesaria para su construcción.

Japón era considerado en aquellos días la principal potencia mundial, con un prestigio internacional de nación salvadora de la humanidad, y desde luego, hacía uso de su hegemonía. Como nación isla con muy poca inmigración apenas había sufrido infecciones mutantes, y las que tuvo supo combatirlas con tal efectividad que mantenía el control de prácticamente todo su territorio, incluidas las costas, sin haber sufrido apenas daños. Medio mundo libre trabajaba ahora para ellos, y el otro medio, dependía de ellos más de lo que les gustaba confesar, dado que la inmensa mayoría de los nuevos artefactos tecnológicos funcionaban con su tecnología, que no habían transferido más que parcialmente, consiguiendo que el mundo humano dependiera de ellos. Un ejemplo de ello eran las baterías de alta capacidad que se utilizaban para casi todo (armamento, vehículos, electrodomésticos, etc.), de las cuales el Sol di mare traía a la ciudad su periódico cargamento, a cambio de materias primas y otros productos de valor añadido. La economía seguía basándose en unidades monetarias, pero los japoneses solo aceptaban como pago los materiales y mercancías que precisaban, dejando la moneda para las transacciones internas de las diversas economías. Ahora se dirigían a donde todo empezó, al primer foco conocido de la Desgracia, de la infección mutante que había cambiado la historia para siempre, y que había partido de aquella ciudad para asolar toda la Tierra.

Quirino abandonó sus reflexiones al avistar el primer Kraken – 20 grados a babor, un kraken grande – gritó en la cabina de mando, mientras seguía vigilando su sector con los anteojos electrónicos, al tiempo que no perdía ojo a la pantalla del detector situado en un panel a la altura de su cintura, sabía que raramente venían solos.

El segundo y el tercero tardaron poco en aparecer – Dos Kraken más enormes, 20 grados a babor, detrás del primero – eran ejemplares gigantescos, que empequeñecían al primero. Calculó que aquellos pulpos gigantes debían medir unos 30 metros de largo.

- Fuego concentrado a babor, energía y cargas - El capitán dio la orden de fuego a los cañones en la cabina de mando, que los tenientes a su lado transmitieron por los comunicadores de inmediato.

Los cañones de energía de babor empezaron a disparar, concentrando su fuego sobre el primer kraken, que enseguida desapareció bajo las aguas. Hicieron lo mismo con el segundo, que repitió la maniobra evasiva, y al disparar al tercero, uno de los cañones lo acertó de pleno antes de que se sumergiera y Quirino pudo ver enormes trozos de carne sanguinolenta volando por los aires. Al mismo tiempo los cañones de las cargas de profundidad de babor concentraron su fuego donde habían desaparecido los dos primeros, levantando altísimas columnas de agua, que incluso llegaron a mojar el campo de fuerza con agua mezclada con asquerosos trozos de kraken que resbalaban por la eléctrica superficie.

De repente el vigilante del sector de estribor gritó asustado – varios krakens a estribor, muy próximos, ocupan toda la amura de estribor, repito varios krakens en amura de estribor, han aparecido de repente, el detector no los había visto, vienen del fondo – chillaba mientras manejaba los controles de su detector – son más de 10, dios mío – exclamó asustado

Quirino no pudo evitar mirar a su derecha, donde estaba desarrollándose un espectáculo dantesco. Varios krakens de dimensiones épicas estaban encima del campo de energía que rodeaba la nave, intentando penetrarlo, apretándolo con fuerza con sus tentáculos, mordiéndolo con sus horripilantes bocas centrales de donde asomaban miríadas de dientes, como si se tratara de la cáscara de un crustáceo gigante, que los contuviera a ellos como premio.

Los cañones de estribor no podían disparar por la cercanía de los krakens, pues se hubieran destruido a si mismos y a la embarcación, y sus dotaciones utilizaban rifles que apenas hacían nada a las furiosas bestias, la masa de las cuales se agolpaba encima del campo de energía, haciendo que la embarcación empezara a escorarse hacia estribor, al tiempo que se hundía parcialmente por la proa.

- Avante a toda máquina – ordenó el capitán, y el empuje de los motores del carguero fue perceptible a través de la cubierta de cabina de mando. Alguno de los krakens quedó medio descolgado, pero la mayoría siguieron en su metódico asalto

Quirino volvió la vista a su detector de babor, para encontrarse con una agrupación de puntos que se dirigían hacia la nave aceleradamente – krakens a popa, krakens a popa muy cercanos, los tenemos casi encima – gritó mientras los puntos aceleraban su acercamiento. Se giró justo a tiempo para ver aparecer del agua al primer kraken, que recibió un impacto directo del cañón de popa, explotando partido en dos. Acto seguido aparecieron dos más a sus costados, que rápidamente se afianzaron en el campo de fuerza, y el cañón dejó de ser operativo, pasando su tripulación al combate con armas de energía.

El barco se escoró más aún a estribor cuando emergieron del fondo varios krakens que subieron por la aleta de estribor, y unidos a los anteriores prácticamente llenaron todo ese costado del barco de carne móvil y pulsante de popa a proa, uniendo sus esfuerzos para apretar un campo de fuerza que comenzaba a oscilar bajo la presión.

De repente una tremenda explosión a proa, en la amura de estribor, la despejó de varios de los gigantescos animales, que volaron en pedazos entre el humo y las llamas. Un ultraligero de combate del puerto les sobrevoló, oscilando sus alas hacia los lados a modo de saludo, entre los vítores de la tripulación.

El carguero notó la liberación de la proa, escorándose a popa y recuperando algo de velocidad, otra explosión en popa reventó a varios de los krakens allí agarrados, que se deslizaron sobre el zumbante campo de fuerza hacia las aguas manchadas de sangre y restos de calamar.

De nuevo el barco acusó una aceleración, liberado de repente de toneladas de carga, y se dirigió hacia la cercana bocana del puerto

- inicie la maniobra de aproximación, viren a estribor – ordenó el capitán, mientras las tripulaciones continuaban atacando con sus armas de mano a los restantes krakens, mientras el ultraligero se alejaba hacia el puerto, agotados sus cohetes en las dos andanadas certeras.
El barco redujo en parte su velocidad, y virando a estribor, encaró el rumbo directo hacia la bocana del puerto. De repente los krakens restantes liberaron su presa, de manera coordinada, hundiéndose en las oscuras aguas del atardecer.

- esto me huele mal - murmuró Quirino para sí. No terminaba de pronunciar la frase cuando por la amura de estribor surgió de las aguas una enorme masa metálica oxidada, un antiguo barco hundido al que le habían arrancado todas las cubiertas de mando, y habían aplastado el casco por los costados hasta darle una forma de enorme proyectil, formado por toneladas de metal. El barco siguió saliendo de las aguas apuntando su proa hacia el cielo ante la atónita mirada de la tripulación, describiendo una trayectoria de vuelo parabólico hasta impactar con un infernal estruendo sobre el campo de fuerza de la amura de estribor, partiéndose en dos, superando la capacidad del campo para aguantar impactos, destruyéndolo, y arrastrando al mar el cañón de energía allí situado, junto con su dotación, entre agónicos gritos de dolor y desesperanza.

El trozo de proa del proyectil rebotó sobre la cubierta del carguero, haciéndolo estremecerse, y cayó por la cubierta de babor al mar, arrastrando al cañón allí situado, junto con su paralizada tripulación.

- timonel, rectifique el rumbo y avante toda hacia el puerto, segundo, evaluación de daños – dijo el capitán, manteniendo la calma y elevando la voz para hacerse oír entre el caótico estruendo.

El carguero recuperó el rumbo y aceleró hacia la última milla que lo separaba del campo de fuerza de la bocana del puerto. – mi capitán, cañones de las amuras de babor y estribor perdidos, junto con su tripulación, campo de fuerza inutilizado, los sistemas de generación de campo averiados seriamente por sobrecarga, sala de control de campo en llamas, con incendio bajo control por los equipos de emergencia y sin mayores consecuencias, casco íntegro y cubierta con desperfectos en compuertas de carga A, C y G -

- abran fuego a discreción con las cargas inmediatamente, cañones listos para abrir fuego a discreción en cuanto vean algún atacante – dijo el capitán, mientras cogía la radio – aquí el Capitán del Sol di mare, solicitamos a puerto apoyo artillero a discreción, campo de protección perdido e irrecuperable -

Como si fuera una respuesta a sus palabras, ambos vigilantes iniciaron sus avisos – decenas de krakens se aproximan por babor, por estribor – avisaron al unísono, Quirino tenía la carne de gallina ante la miríada de puntos blancos que se aproximaban en su detector

Las cargas de profundidad empezaron a explotar alrededor del carguero, elevando densas columnas de agua aderezadas con centenares de trozos de calamar gigante, que sembraron toda la cubierta con sus sanguinolentos cuerpos, mientras algunos ejemplares alcanzaban las cubiertas por ambos lados. Al trepar a cubierta, dos de ellos explotaron en una nube de fragmentos al recibir impactos de las torres de combate de la bocana del puerto, y un tentáculo de varios metros de longitud de uno de ellos describió una parábola en el aire e impactó con tremenda fuerza en la parte frontal de la cabina de mando, destrozando los cristales blindados y arrojando a sus ocupantes al suelo.

- cesen el fuego de las cargas – ordenó el capitán desde el suelo, mientras se incorporaba ajustándose la gorra, miró por la abollada ventana, comprobó que el timonel seguía en su puesto y ordenó – máquina a un cuarto de máquina, inicie maniobra de entrada en el puerto

Mientras tanto, los cañones de las aletas de babor y estribor disparaban sin descanso, bañados en trozos de calamar, apoyados por los cañones pesados del puerto, que barrieron la cubierta de engendros, al tiempo que provocaban diversos incendios, mientras el barco penetraba en la seguridad del puerto y su reforzado campo de fuerza. Varios de los kraken que se quedaron fuera arrojaron diversos objetos y enormes rocas contra el campo de fuerza, en el que rebotaron, antes de hundirse en las aguas y escaparse, bajo el fuego de los cañones del puerto.

- esta vez nos ha ido de muy poco – reflexionó Quirino mientras observaba la destrozada y humeante cubierta por la ventana rota, respirando hondo para tranquilizarse, mientras la nave se detenía dentro del puerto, y veía acercarse un remolcador acompañado de dos pequeñas barcazas de bomberos.

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