domingo, 12 de febrero de 2012

Capítulo 4: Fran

Aquel día era soleado, reflexionó mientras se levantaba de la cama silenciosamente, intentando no despertar a Amanda, su mujer, y se dirigía al baño, iluminado por el potente sol del verano mediterráneo. Hizo sus abluciones y se duchó, y miró al jardín, donde su perro Risto rebuscaba en la unión entre el seto y el césped del jardín. Tras vestirse bajó por las escaleras a la cocina, y mientras finalizaba de desayunar, oyó como Amanda conversaba con sus hijos Pol y Elisabeth desde arriba.

- Hasta luego – les gritó por la escalera, mientras salía por la puerta principal al porche, donde cruzó por el jardín pensando que debía decirle a Elisabeth que limpiara de nuevo la piscina, pues estaba acumulando hojarasca en el fondo, y Risto le perseguía con una piña en la boca – No Risto, hoy no tengo tiempo para jugar – le dijo mientras lo acariciaba, entrando en el garaje. Se puso el casco y la chaqueta, arrancó su querida Honda y abrió la puerta a la calle –cuando vuelva jugaremos, Risto, hasta luego – se despidió, acelerando la moto, concentrado en sus pensamientos.

Mientras recorría la autopista de la costa hacia la gran ciudad, disfrutando del sol y del frescor matinal, viendo algunas tripulaciones de embarcaciones de recreo madrugadoras embarcarse en el club náutico hacia sus clases de vela, reflexionaba sobre su trabajo. Estaba ansioso por llegar al laboratorio, donde hacía largas jornadas hasta altas horas de la noche, pues estaba en la última fase de desarrollo de una auténtica revolución en su sector – hoy haremos la prueba definitiva – murmuró emocionado.

Mientras penetraba en el denso tráfico matinal que se concentraba en las rondas que circundaban la ciudad, esquivando una marea de vehículos, confirmó su decisión de tomar aquel día todos los riesgos – ¿total, que puede pasar? – se dijo a sí mismo, lleno de confianza y seguridad, la seguridad que le daba toda una vida de éxito.

Tras una brillante carrera académica, al finalizar su tesis doctoral sobre las aplicaciones de modificaciones genéticas de los hongos, fue contratado por un famoso laboratorio farmacéutico local, donde fue promocionado al poco tiempo a jefe de equipo en una investigación que, tras dar diversos resultados aplicados que habían multiplicado la rentabilidad de la firma, en el campo de la reproducción artificial masiva de diversos tipos de hongos, y posteriormente la mejora en el desarrollo de diversas especies de plantas, ahora por fin estaba en disposición de probarla en seres vivos superiores. Había sido capaz de aislar el componente que permitía a elementos unicelulares como los hongos, organizarse y desarrollar en comunidad su órgano reproductor común, las comúnmente denominadas setas, que se encargaban de difundir las esporas, siendo capaces de desarrollarse con una velocidad espectacular, y también supo encontrar la manera de darle instrucciones para que ese mecanismo actuara en la forma que se deseara. Esa capacidad aplicada a los seres humanos podría demostrarse de gran utilidad en diversos ámbitos, como la regeneración de tejidos dañados, la recuperación del vello capilar, o incluso como él deseaba, llegar incluso a la reproducción de órganos, lo cual permitiría un cambio radical en la vida de miles de enfermos y lisiados por accidentes, cambiaría por completo las condiciones de vida de la humanidad.

- Buenos días – sonrió al guarda de seguridad de la entrada al aparcamiento del laboratorio, mientras comprobaba su identidad con un detector manual, el primero de tres controles estrictos hasta su laboratorio. La seguridad se había convertido en una obsesión por parte de la nueva dirección. Desde que Alexis Llopis había relevado a su padre al frente de la firma familiar había habido muchos cambios, especialmente en el ámbito de obtener resultados económicos lo antes posible. Su departamento se había convertido hacía años en el de mayor facturación de la empresa, y por tanto Fran, como director del mismo, sufría las cada vez más impacientes presiones por parte del ambicioso y egocéntrico directivo.

Como de costumbre fue el primero en llegar al laboratorio. Recogió la carpeta de los resultados de las pruebas de última hora que le había dejado su asistente sobre la mesa, y se dirigió a su minúsculo laboratorio particular, donde, en un rincón del extenso laboratorio general, le gustaba pensar, leer información técnica, o, como en este caso, realizar alguna prueba sin ser molestado. Colgó el letrero de no molestar en la puerta, y se sentó en su taburete. Como sospechaba, las pruebas habían confirmado una vez más que el mecanismo funcionaba, que las muestras de tejidos de mono habían respondido positivamente, mostrando una espectacular tasa de regeneración al aplicarles su solución curativa.

Sin pensárselo más, hizo los preparativos para la prueba. Su dedo meñique izquierdo le picaba, en un inconsciente adelanto de su amputación.

- NOOOOOO!!!!!! – Despertó gritando en su cama, incorporándose sudoroso de su inquieto sueño. Silvia se incorporó a su lado, abrazándole, susurrándole palabras tranquilizadoras al oído. Mientras su repetitiva pesadilla se esfumaba de su consciencia, Fran se miró de nuevo el meñique izquierdo, allí donde todo comenzó. El muñón deforme que lo sustituía le recordaba su responsabilidad, su involuntario papel protagonista estelar en la destrucción de todo lo que había amado, su engreimiento, su maldición.

Amanecía, y en el palacete se respiraba un débil aroma que le recordó de nuevo la pre-historia, la época en que aún existía una sola raza de bípedos inteligentes sobre la tierra, y le terminó de despejar. Descendió de la cama – duerme tranquila bonita, ya está, ya pasó, voy al patio – y se dirigió escaleras abajo, siguiendo la fuente de aquel peculiar olor. Una vez en el patio de adoquines, siguió el rastro hasta la escalera que bajaba al laboratorio, donde el olor era intenso. Fue hasta la habitación anexa al laboratorio, donde dormía Joana, y encontró unas cajas apiladas, una de ellas abierta y con una nota en su interior: “espero que te sirva, hay quien murió por intentar conseguirlo”. Emocionado, examinó los viales, pues, si no estaba errado, contenían una parte importante de la solución. Por fin la fortuna le sonreía de nuevo.

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