domingo, 12 de febrero de 2012

Capítulo 2: Fran

La primera penumbra del alba comenzaba a hacer aparición por la ventana del dormitorio, debía darse prisa. Cerró la ajada cortina del dormitorio, y se despidió de la durmiente figura con un beso en la frente, a la que le respondió un breve pero perceptible ronroneo.

Descendió rápidamente las escaleras, con las articulaciones un tanto renuentes a responder a las exigencias de su amo, corrió hasta la puerta del palacete, y salió por la pequeña puerta de servicio al estrecho callejón, de apenas la medida de un carro de caballerizas antiguo. Se detuvo en las sombras, oteó el cielo y calculó que disponía de unos quince minutos hasta los primeros rayos de sol, mientras su entrecortada respiración recuperaba un ritmo algo más pausado – malditos bronquios, me van a matar un día – reflexionó, a la vez que percibía en la piel la humedad marina que le indicaba que hoy había viento de mar. Por tanto giró hacia el exterior de la ciudad, hacia el mar, puesto que si su objetivo percibía su olor, podía darse por muerto.

En el segundo cruce que se disponía a atravesar, oyó unos vacilantes pasos solitarios que se aproximaban por su derecha, provenientes de El Paseo. Se ocultó en un portal, reflexionando sobre su suerte, mientras veía pasar ante él un vacilante borracho, que parecía totalmente inconsciente de estar encaminándose hacia su destino final. Lo siguió a cierta distancia, siempre a sotavento, hasta que percibió una sombra que cruzaba el callejón por encima del borracho. Se detuvo, totalmente inmóvil, abrazado a la pared del edificio con piernas y brazos. De su piel brotaron diminutas fibras que se adhirieron a la piedra de la pared, que fueron creciendo y cambiando de color hasta convertirle en parte de la piedra y el yeso, disminuyendo sus constantes vitales al mínimo vital, ralentizando sus biorritmos, hasta disimular por completo su presencia para cualquiera que no se fijara intensamente allí, y observó fascinado, una vez más, la caza que ante sus ojos tuvo lugar.

El borracho continuó caminando callejón abajo, sosteniendo una botella de indefinible contenido. De repente, aparecido de la nada, cayó sobre él derrumbándolo al suelo una forma humanoide, oscura, silenciosa, que lo cubrió de ropas oscuras, e impidió que ningún sonido escapara del encuentro, excepto un estremecedor burbujeo que cesó bruscamente. De repente la sombra saltó hacia las alturas, desapareciendo, y dejando tras de sí una cruel caricatura retorcida, de lo que hasta hacía unos momentos había sido un ser humano.

Fran dejó la pared y corrió hacia el cuerpo, asiéndolo por las axilas y arrastrándolo tan rápidamente como pudo hacia el palacete, hasta la puerta de servicio, y cuando dejó el cuerpo en el suelo para abrir la puerta, olió una presencia no deseada, a la que encaró

- Fuera de aquí, carroñero asqueroso


- ¿Y qué eres tú, un alma samaritana que entierra a los pobres humanos que tienen la mala suerte de enfrentar su destino? Maldito engendro del demonio

- Vete o te mataré

- ¿Tú y cuantos más? – contestó el ratombre, al cuál su olor había precedido hasta el palacete, al tiempo que salía del cercano portal. Era grande para su especie, del tamaño de un dogo, con una cabeza deformada para dar lugar a un enorme hocico y unas orejas desproporcionadas. Alrededor de sus peludos pies y su larga cola, sobre los que apenas se sostenía en pié, correteaban varias ratas enormes, que comenzaron a emitir agudos chillidos de amenazadora excitación, al tiempo que avanzaban con su líder en busca de una nueva presa.

Inesperadamente cayó sobre el ratombre una sombra chillona, mordiéndole en el cuello y atravesándole con sus garras, mientras las ratas huían asustadas. Fran aprovechó la confusión para introducir su presa en el palacete. Al asomar la cabeza de nuevo por el portal, Silvia estaba empujando al ratombre muerto hacia la siguiente calle.

- Maldito apestoso, cada vez son más atrevidos- comentó Silvia al volver

- Gracias por tu ayuda. Es que cada vez hay más, se reproducen mucho ahora que hay tanto borracho por aquí, y los vamps pueden elegir mejorar su dieta. ¿No te apetece montar una cacería con tus amigos, Silvia? - Bromeó Fran mientras cerraban la puerta del palacete y Silvia le ayudaba a transportar su presa hasta el sótano por las angostas escaleras.

- No te haces a la idea de lo horrible que saben, ningún felino querría nada con ellos si no es en defensa propia. Además, son muy peligrosos cuando están en grupo, o defendiendo su criadero. Tienen lo peor de cada raza, y eso es mucho decir.

- Desde luego, es una combinación horrenda.

Dejaron el cuerpo en una de las camillas metálicas del rincón del laboratorio. Aunque ya brillaba el sol, la iluminación era escasa, a través de unas claraboyas abiertas en el techo que daban al patio del palacete, por lo que Fran encendió unos focos, mientras examinaba de cerca el cuerpo.

- Te dejo con tus investigaciones, me voy a dormir, estoy agotada.

- Felices sueños

Fran se concentró en trabajar con rapidez. Debía recuperar la máxima cantidad de muestras de tejido posible antes de que se volvieran inútiles para sus experimentos. Estaba ya cerca de conseguir avances importantes, pero para ello necesitaba poder realizar pruebas, muchas pruebas, dado que era un área de conocimiento completamente nueva en la que, al menos que él supiera, estaba avanzando totalmente en solitario, no existían referencias que le pudieran guiar, más allá de su intuición y capacidad de raciocinio.

Y debía correr también porque su nueva presa, en breves horas, requeriría de él algo más que atención en su nuevo despertar…si no aplicaba correctamente el protocolo de eliminación adecuado.

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