domingo, 12 de febrero de 2012

Capítulo 7: Kitten

Anochecía con un precioso espectáculo de luces anaranjadas y rojas sobre las escasas nubes que dominaban el estival cielo, cuando salieron del túnel subterráneo que recorría El Paseo por debajo, comunicando el puerto con la ciudad humana. Mientras ascendían por la rampa con la moto hacia el último control policial, una humareda proveniente de un barco atracado en el muelle llamó su atención. El barco parecía pura chatarra, con extensos daños en la cubierta y la superestructura de popa, y unas barcazas de bomberos estaban apagando diversos incendios.

- ¿Que barco es ese? – Preguntó Susana al guarda que les revisaba la documentación
– Creo que es el Sol di mare, o algo así, un nombre extraño para un barco japonés, ¿verdad? ¿Que os trae por aquí?
- Venimos a recopilar información para un trabajo del instituto, un trabajo de final de curso.
- Pues venís muy tarde, a las 10 de la noche se cierra el puerto a personal no autorizado. Aquí tenéis un folleto informativo: prohibido cámaras de fotos o vídeo, etc., venga, tomad vuestra documentación. No intentéis remolonear, pues existe un registro de entrada y si no venís a tiempo os iremos a buscar, pero os costará una multa, ¿entendido? ¿Alguna pregunta?
- No, no
- Adelante, podéis pasar.

Las jóvenes avanzaron con su motocicleta hacia los edificios portuarios.

- Susana, ¿ves como estamos en una dictadura? Cuantos controles hemos pasado para llegar hasta aquí, ¿cinco? He perdido la cuenta
- Es normal Kitten, estamos en guerra, y nuestra ciudad depende del puerto, por aquí llega la mayoría de nuestro comercio, ¿faltaste a esa clase o que?
- No me fastidies, es injustificable tanto control. Oye, fíjate en eso

Susana detuvo un momento la motocicleta y miraron hacia el control de entrada, donde indicaba Kitten. Había un coche negro parado en el control, con la puerta del copiloto abierta, y un hombre con americana oscura conversaba con el guarda, que de repente se giró y las señaló con el brazo

- maldita sea, agárrate bien – gritó Susana mientras aceleraba la motocicleta hacia los edificios portuarios del Norte. Entraron en una zona de carga y descarga, y siguieron las señales que les indicaban el camino hacia el mirador, en el extremo norte del puerto, el último lugar donde los ciudadanos podían ir a ver de cerca el mar con cierta seguridad, y donde ambas habían asistido en una excursión organizada por su colegio, hacía años.

Susana vio por el retrovisor que por el mismo camino que habían seguido se acercaba el coche negro, seguido de un vehículo blindado artillado de la guardia portuaria

- Mierda, nos han visto, nos están siguiendo, voy a meterme por aquí

- Susana, ¿sabes donde vas? – Chilló Kitten, mientras su amiga, con un brusco giro a su izquierda, se metió dentro de un almacén, a través de una de sus enormes puertas abiertas. Esquivando montones de cajas apiladas, lo atravesó, saliendo por el extremo contrario, y retrocedió por la calle paralela a la que habían seguido hasta allí, hasta llegar a una esquina, donde se metieron con la motocicleta entre unas cajas.

- Vamos a esperar aquí, a ver si los hemos despistado
- No se porqué tengo la impresión de que te conoces esto un poco, ¿no, Susana?
- Sí, un poco, ya te contaré, ahora silencio

Oyeron pasar los vehículos que las perseguían, alejándose, y a los pocos instantes, voces y sonido de motores acercándose de nuevo, gritándose instrucciones

- me temo que no ha funcionado, vamonos – dijo Susana mientras aceleraba la motocicleta. Siguió por el callejón secundario hacia el Sur, entró de nuevo dentro de un almacén, subió una rampa de carga y descarga, y se fue hasta el extremo del muelle de carga, donde se detuvo, cerca de una ventana que daba al exterior
– ¿ves ese puesto de guardia, Kitten? Es una salida de carga, creo que atravesarlo va a ser nuestra única posibilidad de salvación
- ¿Salvación dices? Estás como una cabra!!! Pero si ese paso lleva a la zona mutante!!! Y hay dos guardias!!!
- Exactamente
- ¿Quieres morir o que?
- ¿Qué prefieres, los mutantes o la policía? Yo he estado de caza por allí con mi padre, conozco un par de escondites donde no nos encontrarán

Kitten se la quedó mirando con cara de sorpresa e incredulidad. No podía imaginarse a su amiga, la niñata pija tonta, cazando mutantes. Sencillamente, no podía ser

- ¿Te crees que eres la única que tiene secretos? Venga, hay que tomar una decisión. Llevo comida y agua para un par de días en la mochila, si nos escondemos, podemos volver más adelante e ir a ver a tu contacto, no creo que ese barco zarpe en el estado en el que está.

- Desde luego, hoy estoy flipando contigo

- Tomaré eso como un sí

Susana rebuscó en su mochila un instante, y sacó una pistola de energía. Aceleró la motocicleta, bajaron al suelo, y acelerando a toda velocidad salió del almacén y se dirigió al puesto de guardia, disparando con una mano a la reja que les cerraba el paso, que reventó en pedazos, mientras manejaba la motocicleta con la otra, dejando a su paso dos guardias asustados estirados en el suelo, donde se habían apartado en el último momento, y cruzando a toda velocidad a la zona mutante por la destrozada reja

- Yujuuuuuuuuuu!!!! esto sí que mola – gritó Susana mientras enfundaba la pistola, y aceleraba la motocicleta dirigiéndola hacia el Norte, por una avenida que antaño había sido un concurrido paseo, y que ahora estaba flanqueado por ruinosos edificios bombardeados durante la guerra. Kitten se abrazaba a la cintura de su amiga con desesperación, con los ojos cerrados, y maldiciendo en murmullos el momento en que había decidido coger aquella maldita caja.

La ciudad estaba bañada con las luces ocres del crepúsculo, cuando llegaron a un edificio de ladrillo rojo que aún se mantenía bastante en pie, situado en el lindero de un parque abandonado – es aquí, es un antiguo museo – comentó Susana a su silenciosa amiga. Desde que habían cruzado la valla no se habían dirigido la palabra, sumidas en sus pensamientos – no te preocupes, que se lo que hago – dijo intentando tranquilizarla.

Entraron empujando la motocicleta por una puerta lateral, que las llevó a una sala grande, donde los huesos de un enorme cetáceo colgaban del techo. En las paredes había una serie de vitrinas con animales marinos disecados: tortugas, delfines, miríadas de peces les observaban con sus ojos vítreos, inmóviles. Todo estaba lleno de polvo, pero no se detectaba ningún desperfecto

- Mi padre me dijo que este museo tiene algo que repele a los mutantes, no entran aquí, quizás sean los animales muertos.
- No me extraña, a mi me dan muy mal rollito estos bichos disecados
- Vamos al piso de arriba, allí tengo algunas sorpresas más
- Me estoy cansando de tus sorpresitas. Te sigo

Dejaron la motocicleta apoyada en una pared, oculta con unas lonas, y subieron al piso de arriba por unas amplias escaleras dobles que subían haciendo zigzag.

- Kitten, deberías estarme agradecida, te he salvado de la policía, y aún tenemos una oportunidad de hacer la entrega. No te entiendo
- Discúlpame Susana, estoy pagando contigo mis propios errores. No debería haber cogido esa caja, no debería haberme complicado la vida de esta forma, ni habértela complicado a ti también.
- Yo he tomado mis propias decisiones, no te preocupes por mí. Anímate, que a lo mejor hasta podrías ver a tu madre, ¿no?
- Mi madre. Hace muchísimo que no la veo, de hecho ni le respondo a sus mensajes, porque tenía miedo de que la identificaran como mutante.
- Pues escríbele ahora, dile que estás en su zona, a lo mejor podríais veros.
- Tienes razón, lo haré – dijo Kitten animada de nuevo

En el piso de arriba había una sala más pequeña, con una puerta cerrada con cadenas al fondo. La sala estaba llena de vitrinas de madera y cristal, como la sala inferior, esta vez con una serie de mamíferos disecados: monos, zorros, lobos, linces, etc.

Susana se dirigió al fondo, a la puerta cerrada que conducía a la otra cámara, y sacó una llave de los múltiples bolsillos de sus pantalones, abriendo la cadena. Entraron en una habitación amplia bañada por la luz del crepúsculo que entraba a través de dos grandes ventanales. Las vitrinas que contenían diversas aves disecadas habían sido arrinconadas en una esquina, quedando un gran espacio diáfano donde había cajas con víveres, otras cajas con aspecto de suministros militares, dos enormes bidones con agua, baterías amontonadas en un rincón, y dos literas dobles con colchonetas y sacos de dormir de campaña. Un suave pero persistente aroma a ajo flotaba en el ambiente. Kitten se quedó mirando fijamente a Susana, mientras esta cerraba de nuevo la puerta con la cadena.

- Ya te dije que he venido a cazar con mi padre, y algunos amigos suyos. Son aficionados a la caza, y todos han perdido algún familiar por culpa de los mutantes, todos quieren venganza. Ya sabes que a mi tío lo mataron los mutantes en el frente.
- En guerra hay bajas por ambos lados, esa no es excusa para asesinar fríamente, o peor aún, cazarlos como si fueran alimañas
- ¿y que hacen ellos con nosotros? Nos tratan como animales de granja, se alimentan de nosotros
- No todos!!! Podrías haber matado a mi madre
- No se que tipo de mutante es tu madre. Nosotros cazamos vamps y ratombres, lo peor de lo peor.
- Mi madre es una gata. Kitten quiere decir gata en Sueco, mi padre era sueco. Murió hace años, siendo yo bebé, al principio de la revolución, durante los disturbios, intentando protegernos a mi madre y a mí. La policía vino a buscarnos a casa, pero corrió la voz de que mi madre se había infectado, de que era mutante, y una turba de gente loca vino a casa a por nosotros, apartaron a la policía y asaltaron el bloque de pisos. Nos salvamos gracias a mi padre, que nos bajó en el montacargas al aparcamiento, y nos escondió en su furgoneta, mientras él huía con el coche familiar, para despistarlos. Lo atraparon dos calles más allá, y con la frustración de no encontrarnos, lo apalearon para que nos delatara, hasta la muerte, sin que la policía hiciera nada por detenerlos. Nosotras huimos aprovechando la confusión, y vivimos un tiempo en casa de una amiga de mi abuela hasta que se inició la guerra, y mi madre tuvo que huir a la zona mutante. Entonces mi abuela me cuidó hasta que cuando yo tenía 13 años murió, y desde entonces me he cuidado yo sola, he vivido en la residencia para que no me pudieran relacionar con mi madre, aunque se que está viva pues me hace ingresos periódicos en una cuenta bancaria.

- Vaya, no lo sabía, lo siento. Siempre has sido muy reservada, ahora lo entiendo mejor. No quería ofenderte con mis palabras, pero en mi familia está arraigado el odio a los mutantes. Yo no los odio tanto, pero desde luego no puedo dejar de pensar el daño que han hecho a la humanidad y a nuestro bienestar, en que si desaparecieran el mundo volvería a ser nuestro.
- Ellos no han elegido ser como son, es una enfermedad, ¿no lo entendéis? Mi madre fue de las primeras infectadas, trabajaba en el laboratorio farmacéutico donde dicen que se inició todo, era ayudante de laboratorio hasta que todo se vino abajo. Mi abuela me contaba historias que me hizo prometer que no repetiría.
- ¿Qué historias? – dijo Susana, mientras abría una de las cajas, y repartía dos sándwiches, sentándose en una de las camas – siéntate y explícate mejor, no tenemos prisa.
- Bueno, supongo que ahora ya no importa. Me has salvado la vida, así que te debo una explicación. Tampoco creo que tengan mayor importancia, son historias de abuela. Mi abuela me contó que mi madre conocía a Fran Jové, que trabajaba con él en su laboratorio antes de la revolución.
- ¿El científico que trajo la desgracia? ¿El que inventó el gen mutante?
- Sí, aunque según ella, no tuvo más que mala suerte, estaba investigando en otra cosa y por accidente el experimento fue mal y surgió una mutación inesperada. Él fue el primero en ser infectado, estaba probando un experimento en sí mismo cuando las cosas no fueron bien.
- Es el criminal más buscado de la historia de la Humanidad, no me extraña que fueran a por tu madre si ella podía saber donde se encontraba. Lo extraño es que en todo este tiempo, no te hayan molestado a ti.
- Ahora que tengo un poco más de perspectiva, viendo lo que ha pasado estos últimos días, creo que siempre he estado bajo vigilancia. Creo que esperaban poder obtener alguna información a través mía o de mi madre, y que han decidido que este es el momento.
- Por no mencionar la caja – se quedaron un momento en silencio, observando la mochila de Kitten. Finalmente ésta la abrió y extrajo la misteriosa caja, depositándola sobre la cama, entre ambas.

- Escríbele a tu madre, dale las coordenadas que ahora te voy a buscar en mi localizador para una cita esta noche, no me fío de revelar nuestro refugio, su correo puede estar siendo vigilado. Dile que tenga mucho cuidado, podemos tener asistentes inesperados a la cita.

- Mi madre siempre tiene cuidado- dijo Kitten mientras abría su portátil.

Capítulo 6: Quirino

Avanzando a través de las aguas en calma, el Sol di mare se aproximaba al puerto en un tenso silencio, interrumpido por el estruendo periódico de las cargas de profundidad que iban levantando enormes columnas de agua alrededor del carguero. Se podían ver con claridad los restos de varios barcos hundidos, diseminados alrededor de la bocana del puerto, allá donde los mutantes habían acabado con ellos. Toda precaución era poca al aproximarse a la costa: además del campo de fuerza que rodeaba al barco, y de las cargas de profundidad, las redes metálicas que lo circundaban por el exterior a la altura de la cubierta y hasta tocar el agua estaban en posición de alerta, y todas las torres con cañones de energía a lo largo de los extremos de la cubierta tenían su dotación al completo, vigilantes, con los detectores activados y las armas dispuestas para el combate.

Desde que los mutantes hicieran su revolución y se adueñaran de las costas del mundo, nada había vuelto a ser igual. El comercio se volvió muy difícil, pues mayoritariamente se podía hacer solo por carretera o medios aéreos, los cuales pronto se quedaron sin el combustible necesario. Ello había obligado a una revolución energética y social, dado que el suministro de derivados del petróleo se hizo casi imposible más allá de donde se producía, o donde llegaban las redes de oleo y gaseoductos, pues en un mundo globalizado las refinerías estaban mayoritariamente en continentes diferentes de los pozos de petróleo.

Eso hizo que los humanos casi llegaran a perder la guerra, y se extendiera el caos mutante, cosa que pasó en buena parte de los países en vías de desarrollo y subdesarrollados, de los cuales el mundo humano tenía pocas o ninguna noticia. Solamente Europa Occidental, América del Norte, Japón, China, Rusia, Israel, Singapur y parte de la India, Australia, Filipinas, Chile, México, Colombia, Venezuela, Sudáfrica y algunos otros pudieron resistir el envite y, utilizando hasta el extremo sus reservas energéticas, montar defensas en sus principales ciudades y zonas urbanas, recuperando posteriormente enclaves estratégicos como explotaciones energéticas, parques eólicos, centrales nucleares, bases militares, etc.

Poco a poco tras el caos inicial las naciones no destruidas fueron recuperando su territorio, llegando a un status quo cuando se pudieron instalar campos de fuerza, invento japonés que, de manera urgente, distribuyeron al mundo de forma “gratuita”, como otros avances tecnológicos a partir de entonces (armas de energía, detectores, generación de energía a partir de fisión fría, etc.), pero sin facilitar toda la información necesaria para su construcción.

Japón era considerado en aquellos días la principal potencia mundial, con un prestigio internacional de nación salvadora de la humanidad, y desde luego, hacía uso de su hegemonía. Como nación isla con muy poca inmigración apenas había sufrido infecciones mutantes, y las que tuvo supo combatirlas con tal efectividad que mantenía el control de prácticamente todo su territorio, incluidas las costas, sin haber sufrido apenas daños. Medio mundo libre trabajaba ahora para ellos, y el otro medio, dependía de ellos más de lo que les gustaba confesar, dado que la inmensa mayoría de los nuevos artefactos tecnológicos funcionaban con su tecnología, que no habían transferido más que parcialmente, consiguiendo que el mundo humano dependiera de ellos. Un ejemplo de ello eran las baterías de alta capacidad que se utilizaban para casi todo (armamento, vehículos, electrodomésticos, etc.), de las cuales el Sol di mare traía a la ciudad su periódico cargamento, a cambio de materias primas y otros productos de valor añadido. La economía seguía basándose en unidades monetarias, pero los japoneses solo aceptaban como pago los materiales y mercancías que precisaban, dejando la moneda para las transacciones internas de las diversas economías. Ahora se dirigían a donde todo empezó, al primer foco conocido de la Desgracia, de la infección mutante que había cambiado la historia para siempre, y que había partido de aquella ciudad para asolar toda la Tierra.

Quirino abandonó sus reflexiones al avistar el primer Kraken – 20 grados a babor, un kraken grande – gritó en la cabina de mando, mientras seguía vigilando su sector con los anteojos electrónicos, al tiempo que no perdía ojo a la pantalla del detector situado en un panel a la altura de su cintura, sabía que raramente venían solos.

El segundo y el tercero tardaron poco en aparecer – Dos Kraken más enormes, 20 grados a babor, detrás del primero – eran ejemplares gigantescos, que empequeñecían al primero. Calculó que aquellos pulpos gigantes debían medir unos 30 metros de largo.

- Fuego concentrado a babor, energía y cargas - El capitán dio la orden de fuego a los cañones en la cabina de mando, que los tenientes a su lado transmitieron por los comunicadores de inmediato.

Los cañones de energía de babor empezaron a disparar, concentrando su fuego sobre el primer kraken, que enseguida desapareció bajo las aguas. Hicieron lo mismo con el segundo, que repitió la maniobra evasiva, y al disparar al tercero, uno de los cañones lo acertó de pleno antes de que se sumergiera y Quirino pudo ver enormes trozos de carne sanguinolenta volando por los aires. Al mismo tiempo los cañones de las cargas de profundidad de babor concentraron su fuego donde habían desaparecido los dos primeros, levantando altísimas columnas de agua, que incluso llegaron a mojar el campo de fuerza con agua mezclada con asquerosos trozos de kraken que resbalaban por la eléctrica superficie.

De repente el vigilante del sector de estribor gritó asustado – varios krakens a estribor, muy próximos, ocupan toda la amura de estribor, repito varios krakens en amura de estribor, han aparecido de repente, el detector no los había visto, vienen del fondo – chillaba mientras manejaba los controles de su detector – son más de 10, dios mío – exclamó asustado

Quirino no pudo evitar mirar a su derecha, donde estaba desarrollándose un espectáculo dantesco. Varios krakens de dimensiones épicas estaban encima del campo de energía que rodeaba la nave, intentando penetrarlo, apretándolo con fuerza con sus tentáculos, mordiéndolo con sus horripilantes bocas centrales de donde asomaban miríadas de dientes, como si se tratara de la cáscara de un crustáceo gigante, que los contuviera a ellos como premio.

Los cañones de estribor no podían disparar por la cercanía de los krakens, pues se hubieran destruido a si mismos y a la embarcación, y sus dotaciones utilizaban rifles que apenas hacían nada a las furiosas bestias, la masa de las cuales se agolpaba encima del campo de energía, haciendo que la embarcación empezara a escorarse hacia estribor, al tiempo que se hundía parcialmente por la proa.

- Avante a toda máquina – ordenó el capitán, y el empuje de los motores del carguero fue perceptible a través de la cubierta de cabina de mando. Alguno de los krakens quedó medio descolgado, pero la mayoría siguieron en su metódico asalto

Quirino volvió la vista a su detector de babor, para encontrarse con una agrupación de puntos que se dirigían hacia la nave aceleradamente – krakens a popa, krakens a popa muy cercanos, los tenemos casi encima – gritó mientras los puntos aceleraban su acercamiento. Se giró justo a tiempo para ver aparecer del agua al primer kraken, que recibió un impacto directo del cañón de popa, explotando partido en dos. Acto seguido aparecieron dos más a sus costados, que rápidamente se afianzaron en el campo de fuerza, y el cañón dejó de ser operativo, pasando su tripulación al combate con armas de energía.

El barco se escoró más aún a estribor cuando emergieron del fondo varios krakens que subieron por la aleta de estribor, y unidos a los anteriores prácticamente llenaron todo ese costado del barco de carne móvil y pulsante de popa a proa, uniendo sus esfuerzos para apretar un campo de fuerza que comenzaba a oscilar bajo la presión.

De repente una tremenda explosión a proa, en la amura de estribor, la despejó de varios de los gigantescos animales, que volaron en pedazos entre el humo y las llamas. Un ultraligero de combate del puerto les sobrevoló, oscilando sus alas hacia los lados a modo de saludo, entre los vítores de la tripulación.

El carguero notó la liberación de la proa, escorándose a popa y recuperando algo de velocidad, otra explosión en popa reventó a varios de los krakens allí agarrados, que se deslizaron sobre el zumbante campo de fuerza hacia las aguas manchadas de sangre y restos de calamar.

De nuevo el barco acusó una aceleración, liberado de repente de toneladas de carga, y se dirigió hacia la cercana bocana del puerto

- inicie la maniobra de aproximación, viren a estribor – ordenó el capitán, mientras las tripulaciones continuaban atacando con sus armas de mano a los restantes krakens, mientras el ultraligero se alejaba hacia el puerto, agotados sus cohetes en las dos andanadas certeras.
El barco redujo en parte su velocidad, y virando a estribor, encaró el rumbo directo hacia la bocana del puerto. De repente los krakens restantes liberaron su presa, de manera coordinada, hundiéndose en las oscuras aguas del atardecer.

- esto me huele mal - murmuró Quirino para sí. No terminaba de pronunciar la frase cuando por la amura de estribor surgió de las aguas una enorme masa metálica oxidada, un antiguo barco hundido al que le habían arrancado todas las cubiertas de mando, y habían aplastado el casco por los costados hasta darle una forma de enorme proyectil, formado por toneladas de metal. El barco siguió saliendo de las aguas apuntando su proa hacia el cielo ante la atónita mirada de la tripulación, describiendo una trayectoria de vuelo parabólico hasta impactar con un infernal estruendo sobre el campo de fuerza de la amura de estribor, partiéndose en dos, superando la capacidad del campo para aguantar impactos, destruyéndolo, y arrastrando al mar el cañón de energía allí situado, junto con su dotación, entre agónicos gritos de dolor y desesperanza.

El trozo de proa del proyectil rebotó sobre la cubierta del carguero, haciéndolo estremecerse, y cayó por la cubierta de babor al mar, arrastrando al cañón allí situado, junto con su paralizada tripulación.

- timonel, rectifique el rumbo y avante toda hacia el puerto, segundo, evaluación de daños – dijo el capitán, manteniendo la calma y elevando la voz para hacerse oír entre el caótico estruendo.

El carguero recuperó el rumbo y aceleró hacia la última milla que lo separaba del campo de fuerza de la bocana del puerto. – mi capitán, cañones de las amuras de babor y estribor perdidos, junto con su tripulación, campo de fuerza inutilizado, los sistemas de generación de campo averiados seriamente por sobrecarga, sala de control de campo en llamas, con incendio bajo control por los equipos de emergencia y sin mayores consecuencias, casco íntegro y cubierta con desperfectos en compuertas de carga A, C y G -

- abran fuego a discreción con las cargas inmediatamente, cañones listos para abrir fuego a discreción en cuanto vean algún atacante – dijo el capitán, mientras cogía la radio – aquí el Capitán del Sol di mare, solicitamos a puerto apoyo artillero a discreción, campo de protección perdido e irrecuperable -

Como si fuera una respuesta a sus palabras, ambos vigilantes iniciaron sus avisos – decenas de krakens se aproximan por babor, por estribor – avisaron al unísono, Quirino tenía la carne de gallina ante la miríada de puntos blancos que se aproximaban en su detector

Las cargas de profundidad empezaron a explotar alrededor del carguero, elevando densas columnas de agua aderezadas con centenares de trozos de calamar gigante, que sembraron toda la cubierta con sus sanguinolentos cuerpos, mientras algunos ejemplares alcanzaban las cubiertas por ambos lados. Al trepar a cubierta, dos de ellos explotaron en una nube de fragmentos al recibir impactos de las torres de combate de la bocana del puerto, y un tentáculo de varios metros de longitud de uno de ellos describió una parábola en el aire e impactó con tremenda fuerza en la parte frontal de la cabina de mando, destrozando los cristales blindados y arrojando a sus ocupantes al suelo.

- cesen el fuego de las cargas – ordenó el capitán desde el suelo, mientras se incorporaba ajustándose la gorra, miró por la abollada ventana, comprobó que el timonel seguía en su puesto y ordenó – máquina a un cuarto de máquina, inicie maniobra de entrada en el puerto

Mientras tanto, los cañones de las aletas de babor y estribor disparaban sin descanso, bañados en trozos de calamar, apoyados por los cañones pesados del puerto, que barrieron la cubierta de engendros, al tiempo que provocaban diversos incendios, mientras el barco penetraba en la seguridad del puerto y su reforzado campo de fuerza. Varios de los kraken que se quedaron fuera arrojaron diversos objetos y enormes rocas contra el campo de fuerza, en el que rebotaron, antes de hundirse en las aguas y escaparse, bajo el fuego de los cañones del puerto.

- esta vez nos ha ido de muy poco – reflexionó Quirino mientras observaba la destrozada y humeante cubierta por la ventana rota, respirando hondo para tranquilizarse, mientras la nave se detenía dentro del puerto, y veía acercarse un remolcador acompañado de dos pequeñas barcazas de bomberos.

Capítulo 5: Kitten

De nuevo la habían seguido. Esta vez, como las últimas, ya no era una intuición, una sensación, esta vez el hombre no tuvo reparos en devolverle la mirada desde la esquina, apoyado en un coche, vestido con su pesada americana pese al caluroso y húmedo verano mediterráneo, mientras ella entraba en el portal del edificio de apartamentos de su amiga. Allí el portero la reconoció y le franqueó el paso, a través del arco detector multifunción que se había convertido en rutina en todas las viviendas.

Mientras esperaba el ascensor, decidió que hoy se lo contaría todo a Susana. Era inevitable, sin su ayuda no podría avanzar más, y si se demoraba era muy probable que ya no le dieran otra oportunidad, el cerco sobre ella se estaba estrechando.

Susana le abrió la puerta del apartamento con una expresión extrañada, interrogante – Hola Kitten, ¿como estás? – Le preguntó mientras la abrazaba y le daba dos calurosos besos – huy, haces mala cara nena, quieres dejar tu bolsa en el recibidor?
– No, gracias Susana, prefiero llevarla conmigo, hay algo que quiero enseñarte
– Que enigmática estás hoy, entre tu llamada, tu visita inesperada y esto, la verdad, no se que pensar
– Vamos a tu habitación y te lo explico
– Como quieras, hoy mis padres han salido, tenían una cita con el Notario o algo así
– Mejor. ¿Vamos?
– Si, sí, claro, ¿quieres algo de beber?
– Un refresco estaría bien, sí, gracias

Mientras Susana se dirigía a la cocina, Kitten se sentó en la cama del dormitorio de su amiga, poniendo la bolsa a sus pies. Le costaba encontrar las palabras con las que iniciar las explicaciones. Aceptó la bebida que le trajo su amiga, que le fue bien para aliviar en parte la sequedad de su boca provocada por los nervios. No podían ser más diferentes, ella alta, espigada, de largo y rizado cabello rubio recogido en un moño, ojos verdes y piel blanquecina recubierta de pecas, con una cara infantil que ocultaba sus 17 años, en cambio su compañera de clase Susana era bajita, fuerte, con un trabajado cuerpo de gimnasta clásica, morena con el pelo lacio cortado en una media melena que contribuía a dulcificar sus facciones fuertes y decididas, y la mirada directa y penetrante de sus ojos oscuros, que dirigió interrogadora a su amiga

- Tengo que explicarte muchas cosas, Susana, he venido porque necesito tu ayuda.
- Soy toda oídos
- Ehmmm…a ver por donde empiezo…¿recuerdas que te dije que mi madre siempre estaba de viaje?
- Si, es agente comercial, ¿no?
- Pues bien, en realidad no. Es una mutante
- Vaya…y como lo sabes, como vive aquí, ¿no la han detectado?
- No vive en zona libre, está viviendo en la zona mutante. No se como se las arregla, pero me manda dinero regularmente, es ella la que me mantiene y me permite vivir aquí, ir a la escuela, los cursos, el gimnasio, la residencia.
- Increíble. ¿Y porqué necesitas mi ayuda?
- Porque me he metido en un lío. ¿Recuerdas a Jenny?
- Jenny, ¿la rarita que expulsaron de la escuela el año pasado? Sí la recuerdo, ¿que tiene que ver contigo?
- Ella es un enlace con el Movimiento. Ella es la que me ha introducido en la política, en la actividad para defender la paz y el fin de la guerra.
- ¿Movimiento? ¿Que es eso? Te refieres a los de las manifestaciones, esos alborotadores que salen por la tele, que cada dos por tres son detenidos.
- No son alborotadores, eso es lo que dice este gobierno corrupto y tirano que nos domina con la excusa de la guerra. Son héroes que defienden nuestra libertad!!!
- Ja ja Kitten, pareces uno de esos políticos que salen por la tele, no te flipes, no me des la vara con historias de política, yo paso de eso tía.
- No me flipo, es la verdad, estamos en una dictadura encubierta, con la excusa de la guerra contra los mutantes nos tienen controlados, atados, no podemos hacer nada sin que lo sepan, y cada vez más se van apoderando de todas las cosas y nos van a usar como sus esclavos!!!
- Desde luego, ahora sí que hablas igual que la Jenny, estás como una chota tía, no te flipes. Ahórrate los discursitos y dime porqué estás aquí.
- Bueno, si no te interesa, pues me voy, perdona por haberte molestado, creí que eras mi mejor amiga, adiós – Kitten se levantó enfadada recogiendo su mochila
- Siéntate ahora mismo ¡!!! – Susana se había levantado también, cogió a su amiga por el antebrazo y la sentó en la cama – Ni se te ocurra dudar de mi amistad, entendido ¡!!! – se acercó a ella de pie, acercando su cara a la de su amiga mientras hablaba – me vas a explicar con pelos y señales lo que te pasa, y luego decidiremos con calma lo que hacemos
- Vale, vale, tranquila tía, me has asustado – dijo mientras su amiga se sentaba a su lado, sin dejar de mirarla – es que estoy muy nerviosa, hace días que me están siguiendo. Al salir de la residencia, al ir a clase, al venir aquí, en todos lados aparecen unos hombres con traje y americana, y me siguen allá donde voy
- ¿Aquí también? ¿quieres decir que ahora mismo hay un hombre abajo esperándote?
- Sí, si nos asomamos al balcón del comedor lo verás

Se dirigieron al comedor, y Susana, haciendo ver que regaba unas macetas, salió a la terraza y se asomó por el balcón

- Es cierto, hay un hombre en la esquina, apoyado sobre un coche, mirando hacia este portal.
- Quizás lo que buscan es esto – Kitten se había sentado en el sofá del comedor, y había sacado de su mochila una caja metálica blindada, de aspecto militar, del tamaño de un tetrabrick de leche. Tenía un cierre digital, con un pequeño teclado para introducir la clave de apertura. Susana se sentó a su lado, cogió la caja y la examinó atentamente.
- No te voy a preguntar de donde la has sacado, pero sí que narices pretendes hacer con esto, ¿sabes lo que es?
- Me han dado una misión de correo. Bueno, de hecho, la misión se la dieron a Jenny, pero me temo que no la va a poder llevar a cabo
- ¿Por qué?
- Porque está muerta. Quedamos en su local para que me diera instrucciones, como cada sábado por la tarde, para mí era un juego divertido y emocionante, pero no apareció. La esperé un par de horas, y al no aparecer me fui a buscarla a su actual casa, una casa ocupa cercana al parque de la montaña. Al llegar, vi que la puerta estaba reventada, al subir la encontré en su habitación con su novio, estaban estirados juntos desnudos en medio de un charco de sangre.
- Dios mío ¡!! ¿qué hiciste?
- No había nadie más en la casa, me fui corriendo y llorando asustada, no sabía donde ir, así que volví a su local, y al buscar en los armarios algo para comer, encontré debajo del fregadero la caja con esta nota.

Susana leyó la nota: “pax, has de buscar al sol más húmedo y hacer la entrega al flamen quirinalis”

- Pax era el nombre en clave de Jenny. Flamen es un ayudante o cuidador de un dios romano, en este caso Quirino, lo encontré en Internet. En el Movimiento utilizan todo el rato acepciones latinas, son unos plastas con eso. Decidí coger la caja y marcharme, pues no me pareció que fuera un lugar muy seguro, una vez me hube tranquilizado. Me parece que cometí un grave error, pues a partir de entonces me están siguiendo, empezaron con discreción en mi residencia y en mi asistencia a clase, por eso dejé de ir a la escuela estos últimos días, pero ahora ya no disimulan. Llevo dos días sin poder dormir, encerrada en la residencia, estoy de los nervios.
- Vamos por partes. ¿desde cuando tienes la caja?
- Desde el sábado por la tarde, hace cinco días
- Bufff, ¿y porqué no has hecho la entrega?
- Porque no se que narices es el sol más húmedo, me he vuelto loca buscando por Internet, pero cada vez lo entiendo menos!!!
- Desde luego, te has metido en un lío de narices. ¿Y que quieres que haga yo?
- Ayudarme, no se donde esconderme, no se que hacer con la caja, no se que hacer!!! Tú siempre has sido muy decidida, bajo esa apariencia de niña pija tonta
- Eh, sin pasarse un pelo eh!!! Que la rubia eres tu!!!
- Ayúdame, por favor - Kitten se abrazó a su amiga llorando, nerviosa, liberando los nervios acumulados durante días de tensión.

Estuvieron unos minutos así abrazadas, mientras se tranquilizaban mutuamente. Susana le dio un pañuelo a Kitten, que se limpió la nariz sonoramente, y se sentó en silencio.

- Un barco.
- ¿Como dices?
- ¿Has mirado si hay algún barco en el puerto que se llame Sol?

Kitten se quedó mirando a Susana estupefacta. Sacó su Terminal portátil de la bolsa sin decir palabra, y tras unos minutos contestó – Ya sabía yo que tenía que hablar contigo, según la web del puerto hoy está prevista la llegada de un tal Sol di mare, de bandera japonesa. Aún no ha llegado, porque no figura en el listado de barcos atracados.

- ¿te apetece un garbeo por el puerto? – dijo divertida Susana, mientras se levantaba y se dirigía a su habitación.

La cara del hombre de la americana fue todo un poema, cuando vio a las dos jóvenes salir por la puerta del aparcamiento subterráneo a toda velocidad en la motocicleta eléctrica de Susana, y desaparecer en la primera esquina.

Capítulo 4: Fran

Aquel día era soleado, reflexionó mientras se levantaba de la cama silenciosamente, intentando no despertar a Amanda, su mujer, y se dirigía al baño, iluminado por el potente sol del verano mediterráneo. Hizo sus abluciones y se duchó, y miró al jardín, donde su perro Risto rebuscaba en la unión entre el seto y el césped del jardín. Tras vestirse bajó por las escaleras a la cocina, y mientras finalizaba de desayunar, oyó como Amanda conversaba con sus hijos Pol y Elisabeth desde arriba.

- Hasta luego – les gritó por la escalera, mientras salía por la puerta principal al porche, donde cruzó por el jardín pensando que debía decirle a Elisabeth que limpiara de nuevo la piscina, pues estaba acumulando hojarasca en el fondo, y Risto le perseguía con una piña en la boca – No Risto, hoy no tengo tiempo para jugar – le dijo mientras lo acariciaba, entrando en el garaje. Se puso el casco y la chaqueta, arrancó su querida Honda y abrió la puerta a la calle –cuando vuelva jugaremos, Risto, hasta luego – se despidió, acelerando la moto, concentrado en sus pensamientos.

Mientras recorría la autopista de la costa hacia la gran ciudad, disfrutando del sol y del frescor matinal, viendo algunas tripulaciones de embarcaciones de recreo madrugadoras embarcarse en el club náutico hacia sus clases de vela, reflexionaba sobre su trabajo. Estaba ansioso por llegar al laboratorio, donde hacía largas jornadas hasta altas horas de la noche, pues estaba en la última fase de desarrollo de una auténtica revolución en su sector – hoy haremos la prueba definitiva – murmuró emocionado.

Mientras penetraba en el denso tráfico matinal que se concentraba en las rondas que circundaban la ciudad, esquivando una marea de vehículos, confirmó su decisión de tomar aquel día todos los riesgos – ¿total, que puede pasar? – se dijo a sí mismo, lleno de confianza y seguridad, la seguridad que le daba toda una vida de éxito.

Tras una brillante carrera académica, al finalizar su tesis doctoral sobre las aplicaciones de modificaciones genéticas de los hongos, fue contratado por un famoso laboratorio farmacéutico local, donde fue promocionado al poco tiempo a jefe de equipo en una investigación que, tras dar diversos resultados aplicados que habían multiplicado la rentabilidad de la firma, en el campo de la reproducción artificial masiva de diversos tipos de hongos, y posteriormente la mejora en el desarrollo de diversas especies de plantas, ahora por fin estaba en disposición de probarla en seres vivos superiores. Había sido capaz de aislar el componente que permitía a elementos unicelulares como los hongos, organizarse y desarrollar en comunidad su órgano reproductor común, las comúnmente denominadas setas, que se encargaban de difundir las esporas, siendo capaces de desarrollarse con una velocidad espectacular, y también supo encontrar la manera de darle instrucciones para que ese mecanismo actuara en la forma que se deseara. Esa capacidad aplicada a los seres humanos podría demostrarse de gran utilidad en diversos ámbitos, como la regeneración de tejidos dañados, la recuperación del vello capilar, o incluso como él deseaba, llegar incluso a la reproducción de órganos, lo cual permitiría un cambio radical en la vida de miles de enfermos y lisiados por accidentes, cambiaría por completo las condiciones de vida de la humanidad.

- Buenos días – sonrió al guarda de seguridad de la entrada al aparcamiento del laboratorio, mientras comprobaba su identidad con un detector manual, el primero de tres controles estrictos hasta su laboratorio. La seguridad se había convertido en una obsesión por parte de la nueva dirección. Desde que Alexis Llopis había relevado a su padre al frente de la firma familiar había habido muchos cambios, especialmente en el ámbito de obtener resultados económicos lo antes posible. Su departamento se había convertido hacía años en el de mayor facturación de la empresa, y por tanto Fran, como director del mismo, sufría las cada vez más impacientes presiones por parte del ambicioso y egocéntrico directivo.

Como de costumbre fue el primero en llegar al laboratorio. Recogió la carpeta de los resultados de las pruebas de última hora que le había dejado su asistente sobre la mesa, y se dirigió a su minúsculo laboratorio particular, donde, en un rincón del extenso laboratorio general, le gustaba pensar, leer información técnica, o, como en este caso, realizar alguna prueba sin ser molestado. Colgó el letrero de no molestar en la puerta, y se sentó en su taburete. Como sospechaba, las pruebas habían confirmado una vez más que el mecanismo funcionaba, que las muestras de tejidos de mono habían respondido positivamente, mostrando una espectacular tasa de regeneración al aplicarles su solución curativa.

Sin pensárselo más, hizo los preparativos para la prueba. Su dedo meñique izquierdo le picaba, en un inconsciente adelanto de su amputación.

- NOOOOOO!!!!!! – Despertó gritando en su cama, incorporándose sudoroso de su inquieto sueño. Silvia se incorporó a su lado, abrazándole, susurrándole palabras tranquilizadoras al oído. Mientras su repetitiva pesadilla se esfumaba de su consciencia, Fran se miró de nuevo el meñique izquierdo, allí donde todo comenzó. El muñón deforme que lo sustituía le recordaba su responsabilidad, su involuntario papel protagonista estelar en la destrucción de todo lo que había amado, su engreimiento, su maldición.

Amanecía, y en el palacete se respiraba un débil aroma que le recordó de nuevo la pre-historia, la época en que aún existía una sola raza de bípedos inteligentes sobre la tierra, y le terminó de despejar. Descendió de la cama – duerme tranquila bonita, ya está, ya pasó, voy al patio – y se dirigió escaleras abajo, siguiendo la fuente de aquel peculiar olor. Una vez en el patio de adoquines, siguió el rastro hasta la escalera que bajaba al laboratorio, donde el olor era intenso. Fue hasta la habitación anexa al laboratorio, donde dormía Joana, y encontró unas cajas apiladas, una de ellas abierta y con una nota en su interior: “espero que te sirva, hay quien murió por intentar conseguirlo”. Emocionado, examinó los viales, pues, si no estaba errado, contenían una parte importante de la solución. Por fin la fortuna le sonreía de nuevo.

Capítulo 3: Joana

Despertó con una sensación de irrealidad extrema, sintiendo que en lugar de despertarse, en realidad estaba durmiéndose, y se internaba, de manera desesperada e inevitable, en su peor pesadilla. Pero no era una pesadilla, era real, la sensación de hambre había vuelto, y solo existía una forma de calmarla.

Su desesperación aumentó al mismo tiempo que su consciencia fue gradualmente tomando el control, al tiempo que era relevada de ese control a su vez, siendo poseída inflexiblemente por el hambre, el hambre odiosa que le obligaba a hacer cosas espeluznantes, por las cuales se odiaba, por las cuales odiaba al universo entero. El hambre tomó finalmente el control, aunque, una vez más, le permitió observarse desde su pequeña esfera de conciencia, como una broma macabra que le obligaba a contemplar los crímenes cometidos por su mano, una mano dirigida por alguien ajeno, alguien odiado, alguien irracional, pero implacable y sistemático, de una crueldad inhumana.

Abrió la tapa del ataúd, y saltó al suelo del subterráneo. Por la lúgubre luz de luna que entraba por las claraboyas, supo que era noche cerrada. Percibió el penetrante olor de carne humana quemada, de nuevo Fran con sus inútiles esfuerzos por arreglar el mundo, pensó desde su prisión inmortal, mientras subía las escaleras y se dirigía hacia la puerta de servicio del palacete. Una vez allí, su dominadora hambre se lo pensó mejor, y salió de nuevo al patio, donde saltó hacia la noche estrellada, volando bajo una luna casi redonda, que a sus ojos iluminaba la ciudad con mayor potencia que aquel sol hiriente que hacía una eternidad que no había vuelto a ver, y que no volvería a ver jamás.

La casi total oscuridad de la franja costera de la ciudad contrastaba brutalmente con la zona interior, totalmente iluminada y con un dominante tono anaranjado, producto del campo de fuerza que la cubría al completo. Dicha iluminación era cegadora, y se concentró en el débil camino longitudinal anaranjado que conectaba la zona humana con el mar y el puerto, y dividía la zona mutante en dos, Norte y Sur. Su zona de caza preferida era la Norte, pues era donde la mayoría de humanos se dirigían en busca del riesgo y la diversión. Además, últimamente la zona Sur se había convertido en un espacio peligroso para los vampiros y los mutantes en general, pues había divisado partidas de caza humanas organizadas en búsqueda de mutantes, no sabía si organizadas por el gobierno humano o espontáneas, pero igualmente peligrosas, que rondaban por la zona comprendida entre El Paseo y la montaña que dominaba la ciudad al sur, coronada por una antigua fortificación humana.

Su hambre ignoró todas sus reflexiones, y decidió internarse en el Sur, en la zona cercana al puerto, y por tanto a la peligrosa costa. Quizás fuera mejor así, y un error finalizara con aquella pesadilla. Se divisaban dos barcos atracados en el puerto, protegidos por el campo de fuerza, y un barco en alta mar, probablemente esperando la llegada de la luz del día para acercarse, evitando así posibles incursiones nocturnas mutantes. La presencia en el puerto de diversos camiones aparcados en la zona de carga y descarga así parecía indicarlo. Era posible que alguno de los aburridos camioneros tomara más riesgos de los necesarios. Finalmente, su Hambre habría acertado una vez más, y otra vida sería truncada esa noche.

Aterrizó en una pared que aún se mantenía en pie de un antiguo edificio, semi derruido, que en un lejano pasado había sido utilizado como atarazanas para la construcción de barcos, cuando la costa aún llegaba hasta él, y que posteriormente había sido utilizado como museo. Durante la revolución mutante fue asaltado por mutantes desesperados en busca de medios de transporte marítimos que les permitieran escapar, por primitivos que fueran, pero fue bombardeado por los humanos, en un intento desesperado por aniquilar a los mutantes, cuando aún creían que podrían eliminarlos por completo.

El Hambre la sacó de sus reflexiones, al haber detectado una posible víctima. Saltó al suelo, aterrizando suave y silenciosamente, y escuchó los sonidos que provenían del puerto. Por una antaño gran avenida, hoy en día llena de socavones y montones de escombros motivados por las bombas, se oían los pasos de dos humanos acercándose al derruido edificio, mientras cuchicheaban en voz baja

- Miquel, ¿estas seguro de lo que dices? Nos la estamos jugando

- Que si Joan, los ví esconderlo aquí, dentro de este edificio en ruinas, ya te lo he dicho veinte veces, no me hagas hablar que estamos en una zona muy peligrosa. Estate atento con la escopeta, y no dudes en disparar al mínimo movimiento.

- Malditos ingenieros, siempre dando órdenes. No te confundas, aquí quien lleva la escopeta soy yo, así que no me tientes, esto no es el barco. No se como me he dejado embaucar para este suicidio

- No digas tonterías hombre, que me lo vas a agradecer toda tu vida. Vamos a hacernos ricos, cállate ya que nos van a descubrir

- Que no me des órdenes!!!

- Jur, que paciencia…

Su Hambre decidió dejarlos pasar, y seguirlos a su espalda, mezclándose con las sombras que envolvían las ruinas, aprovechando la ventaja que le daba su excelente visión. Eran dos hombres de mediana edad, el que caminaba al frente, algo más alto, manejaba un detector de mano, y una pequeña linterna, mientras que su compañero le guardaba la espalda con un rifle de energía activado para el combate.

- Creo que ya lo tengo, vamos por esa puerta

- Venga, date prisa, que no me gusta nada estar aquí

- Tranquilo, tú vigila, que ya casi estamos

Cruzando el umbral que atravesaba un muro parcialmente derruido, entraron en lo que debió ser un gran salón, del cual aún restaban parcialmente las cuatro paredes, salpicado ahora de grandes piedras y maderas que debieron formar los arcos y vigas que un día sostuvieron el techo, ahora desaparecido. Se oyeron con mayor intensidad los pitidos del detector, a medida que los humanos se acercaron al centro de la habitación. Se detuvieron al lado de una piedra enorme, y el que portaba el detector comenzó a retirar con el pié los escombros del suelo, al tiempo que miraba atentamente lo que aparecía debajo

- Mira Joan, hay una trampilla, ya lo tenemos – dijo excitado

- Pues actuemos rápido, este sitio me da mala espina

Entre ambos acabaron de despejar la zona, y tiraron de una anilla grande soldada a una plancha de metal encajada en el suelo, que se desplazó con gran estruendo de piedras y metal, dejando a la vista una trampilla y una escalera metálica que se introducía en la oscuridad

- Maldita sea Miquel, con tanto ruido vamos a atraer a todos los mutantes de la ciudad, hostia

- Pues vigila la entrada, yo voy a bajar a ver si lo encuentro. Con esto nos retiramos Joan, se acabó el maldito barco y el capitán cabrón !!!

- Date prisa, porque mi vida vale más que ninguna fortuna

Mientras su compañero bajaba, el humano de la escopeta se volvió hacia el portal escopeta en mano, escrutando las tinieblas, nervioso.

Su Hambre había decidido que la mejor opción era rodearlos, así que Joana salió de la estancia, y la rodeó silenciosa, volando desde el lado contrario hasta situarse silenciosamente encima de la piedra que dominaba la trampilla. A sus pies los hombres cuchicheaban excitados

- Joan, hay más de lo que podía imaginar, somos ricos Joan, ricos por toda nuestra vida !!!

- ¿Cuantos hay, cuantos? – comentó el de la escopeta mientras se inclinaba hacia la trampilla abierta a sus pies.

Ese fue su último error. Excitada con el intenso olor a fluidos frescos de sus cercanas presas, el Hambre hizo saltar a Joana sobre la espalda del hombre, cayendo ambos en el interior del subterráneo con un estruendo metálico mientras rodaban por la escalerilla hasta el fondo, cayendo el rifle a sus pies, mientras Joana contemplaba horrorizada como sus manos buscaban desesperadamente el sudoroso cuello del hombre, y su boca mordía con desesperación su yugular, sorbiendo con una mezcla de éxtasis y pavor el sagrado néctar de la vida.

Un fuerte impacto acompañado de luces de gran colorido la hizo volar hasta chocar contra la pared, un intenso olor a ropa y carne chamuscada la acompañó mientras se quitaba las ropas de la cara, y recuperaba una posición horizontal sentada sobre el suelo, tomando de nuevo el control a su odiada Hambre, saciada en buena parte

- Magnífico, acabas de matar a tu compañero, te felicito

- Muere bestia inmunda, YAAAAAAAAAHHH !!!! – Gritó el hombre mientas disparaba indiscriminadamente el rifle hacia Joana, creando un fantástico espectáculo de luces y colores a su alrededor, hasta que uno de los rayos de energía rebotados en las paredes de piedra le impactó en el estómago, derribándolo de espaldas y arrojando su rifle a un lado

- Desde luego la estupidez humana no tiene límites, no solo matas a tu compañero, si no que te suicidas. ¿No sabes que los vamps somos inmunes a las armas de energía humanas? Me daba pena acabar con vosotros, con uno solo hubiera tenido suficiente, pero ahora, la verdad, voy a disfrutar con vuestra eliminación, el mundo mejorará sin vosotros estorbando en él

Joana succionó la poca vida que restaba en los chamuscados hombres, y los decapitó metódicamente con su machete al cinto – no quiero competencia, y menos tan inoperante como vosotros, seríais un auténtico estorbo – tras amontonar los cuerpos, recogió el fusil, poniéndoselo al hombro, y examinó el subterráneo. Había en un rincón unas cajas medio ocultas con una lona, una de las cuales estaba apartada y abierta. En su interior vislumbró una serie de cajitas que parecían contener viales médicos - esto seguro que le interesa a Fran, seria una forma de devolverle el favor de invitarme y hospedarme en su casa - Recogió las cajas con la lona, las depositó en el exterior, y hizo una pira en el subterráneo con los cuerpos y maderas de los escombros – adiós, inútiles – murmuró encendiendo el fuego con el rifle.

Cargada con las cajas emprendió el vuelo hacia el palacete, disfrutando de su recuperado autocontrol, de su plenitud de fuerzas, contenta de estar viva, aunque a un coste que le horrorizaba. Esa contradicción de mantenerse viva a costa de la muerte de otros la deprimía, pero por otro lado, su instinto de supervivencia y el inevitable desprecio que la vieja raza le inspiraba, la mantenían activa e impedían que tomara medidas drásticas – desde luego con el ejemplo de hoy, no se merecen más que la muerte, no son más que contenedores de comida ambulantes – pensó para consolarse.

Capítulo 2: Fran

La primera penumbra del alba comenzaba a hacer aparición por la ventana del dormitorio, debía darse prisa. Cerró la ajada cortina del dormitorio, y se despidió de la durmiente figura con un beso en la frente, a la que le respondió un breve pero perceptible ronroneo.

Descendió rápidamente las escaleras, con las articulaciones un tanto renuentes a responder a las exigencias de su amo, corrió hasta la puerta del palacete, y salió por la pequeña puerta de servicio al estrecho callejón, de apenas la medida de un carro de caballerizas antiguo. Se detuvo en las sombras, oteó el cielo y calculó que disponía de unos quince minutos hasta los primeros rayos de sol, mientras su entrecortada respiración recuperaba un ritmo algo más pausado – malditos bronquios, me van a matar un día – reflexionó, a la vez que percibía en la piel la humedad marina que le indicaba que hoy había viento de mar. Por tanto giró hacia el exterior de la ciudad, hacia el mar, puesto que si su objetivo percibía su olor, podía darse por muerto.

En el segundo cruce que se disponía a atravesar, oyó unos vacilantes pasos solitarios que se aproximaban por su derecha, provenientes de El Paseo. Se ocultó en un portal, reflexionando sobre su suerte, mientras veía pasar ante él un vacilante borracho, que parecía totalmente inconsciente de estar encaminándose hacia su destino final. Lo siguió a cierta distancia, siempre a sotavento, hasta que percibió una sombra que cruzaba el callejón por encima del borracho. Se detuvo, totalmente inmóvil, abrazado a la pared del edificio con piernas y brazos. De su piel brotaron diminutas fibras que se adhirieron a la piedra de la pared, que fueron creciendo y cambiando de color hasta convertirle en parte de la piedra y el yeso, disminuyendo sus constantes vitales al mínimo vital, ralentizando sus biorritmos, hasta disimular por completo su presencia para cualquiera que no se fijara intensamente allí, y observó fascinado, una vez más, la caza que ante sus ojos tuvo lugar.

El borracho continuó caminando callejón abajo, sosteniendo una botella de indefinible contenido. De repente, aparecido de la nada, cayó sobre él derrumbándolo al suelo una forma humanoide, oscura, silenciosa, que lo cubrió de ropas oscuras, e impidió que ningún sonido escapara del encuentro, excepto un estremecedor burbujeo que cesó bruscamente. De repente la sombra saltó hacia las alturas, desapareciendo, y dejando tras de sí una cruel caricatura retorcida, de lo que hasta hacía unos momentos había sido un ser humano.

Fran dejó la pared y corrió hacia el cuerpo, asiéndolo por las axilas y arrastrándolo tan rápidamente como pudo hacia el palacete, hasta la puerta de servicio, y cuando dejó el cuerpo en el suelo para abrir la puerta, olió una presencia no deseada, a la que encaró

- Fuera de aquí, carroñero asqueroso


- ¿Y qué eres tú, un alma samaritana que entierra a los pobres humanos que tienen la mala suerte de enfrentar su destino? Maldito engendro del demonio

- Vete o te mataré

- ¿Tú y cuantos más? – contestó el ratombre, al cuál su olor había precedido hasta el palacete, al tiempo que salía del cercano portal. Era grande para su especie, del tamaño de un dogo, con una cabeza deformada para dar lugar a un enorme hocico y unas orejas desproporcionadas. Alrededor de sus peludos pies y su larga cola, sobre los que apenas se sostenía en pié, correteaban varias ratas enormes, que comenzaron a emitir agudos chillidos de amenazadora excitación, al tiempo que avanzaban con su líder en busca de una nueva presa.

Inesperadamente cayó sobre el ratombre una sombra chillona, mordiéndole en el cuello y atravesándole con sus garras, mientras las ratas huían asustadas. Fran aprovechó la confusión para introducir su presa en el palacete. Al asomar la cabeza de nuevo por el portal, Silvia estaba empujando al ratombre muerto hacia la siguiente calle.

- Maldito apestoso, cada vez son más atrevidos- comentó Silvia al volver

- Gracias por tu ayuda. Es que cada vez hay más, se reproducen mucho ahora que hay tanto borracho por aquí, y los vamps pueden elegir mejorar su dieta. ¿No te apetece montar una cacería con tus amigos, Silvia? - Bromeó Fran mientras cerraban la puerta del palacete y Silvia le ayudaba a transportar su presa hasta el sótano por las angostas escaleras.

- No te haces a la idea de lo horrible que saben, ningún felino querría nada con ellos si no es en defensa propia. Además, son muy peligrosos cuando están en grupo, o defendiendo su criadero. Tienen lo peor de cada raza, y eso es mucho decir.

- Desde luego, es una combinación horrenda.

Dejaron el cuerpo en una de las camillas metálicas del rincón del laboratorio. Aunque ya brillaba el sol, la iluminación era escasa, a través de unas claraboyas abiertas en el techo que daban al patio del palacete, por lo que Fran encendió unos focos, mientras examinaba de cerca el cuerpo.

- Te dejo con tus investigaciones, me voy a dormir, estoy agotada.

- Felices sueños

Fran se concentró en trabajar con rapidez. Debía recuperar la máxima cantidad de muestras de tejido posible antes de que se volvieran inútiles para sus experimentos. Estaba ya cerca de conseguir avances importantes, pero para ello necesitaba poder realizar pruebas, muchas pruebas, dado que era un área de conocimiento completamente nueva en la que, al menos que él supiera, estaba avanzando totalmente en solitario, no existían referencias que le pudieran guiar, más allá de su intuición y capacidad de raciocinio.

Y debía correr también porque su nueva presa, en breves horas, requeriría de él algo más que atención en su nuevo despertar…si no aplicaba correctamente el protocolo de eliminación adecuado.

lunes, 7 de septiembre de 2009

TRASPUESTOS

Aquí os cuelgo uno de mis relatos, el más largo hasta el momento, a ver que os parece el primero de los 8 capítulos que llevo...si conseguís no dormiros, y poner algun comentario, os colgaré el resto...si no, interpretaré que no os interesa.


TRASPUESTOS

Trasponer: Poner a alguien o algo más allá, en lugar diferente del que ocupaba – Dicho de una persona o de una cosa: Ocultarse a la vista de otra, doblando una esquina, un cerro o algo similar - Real Academia Española- Diccionario de la lengua española - Vigésima segunda edición.

Capítulo 1: Silvia

La luna brillaba aquella noche como un sol pálido y demacrado, llevando su luz blanquecina a todos los rincones de la fantasmal ciudad, las estrellas parpadeaban onerosas, intentando arrebatarle el protagonismo en una batalla que aquella noche estaba perdida.

Los terrados, las calles, el mercado, los vehículos del cercano aparcamiento, todo poseía una especial iridiscencia que parecía emanar de la piedra, del asfalto, del vidrio y del metal, multiplicando los rayos lunares y creando una escala de grises y sombras de infinitos matices.

Desde lo alto del techo del camión, Silvia percibió un movimiento apenas insinuado a su espalda, en lo alto del edificio contiguo. Un súbito cambio en la dirección del viento le trajo, mezclado con los penetrantes y embriagadores olores del abandonado mercado, una fuerte presencia hormonal que su felino olfato supo distinguir muy bien, y al que su organismo, de manera inevitable, descontrolada, salvaje, reaccionó bombeando a su sistema circulatorio adrenalina y hormonas, las cuales le hicieron caer al suelo, con el corazón acelerado, la vista nublada, el vello erizado, restregándose la espalda contra el techo de aquel maldito camión, levantando manos y pies hacia el cielo, arqueándose en un desesperado e inútil intento de abrazar la luna, maullándole su desesperación, su furia, sintiendo de nuevo miedo de sí misma y de aquella parte de sí que, una vez más, disfrutaba extasiada con aquel salvaje estallido de pasión.

El macho saltó con elegancia a su lado, disfrutando del efecto su presencia, asustado y excitado a la vez, explorando la manera de aproximarse, y deleitándose en su cercanía. Finalmente atacó, sujetándola fuertemente, en un breve pero intenso abrazo que mitigó en parte la desesperación de Silvia. Una vez estremecidos ambos en un breve éxtasis, saltó sin reflexión al suelo, desapareció silenciosamente en las sombras, dejando tras de si una espesa nube de aroma que permaneció, estática, creando una ilusión de presencia multicolor en los sobreexcitados sentidos de Silvia.

Se incorporó, recogió la tarjeta que su breve visitante le dejó, y decidió que por aquella noche de verano ya era suficiente. Había superado la cantidad que se fijaba para cada noche, y así tendría tiempo para otros planes, que al recordarlos la estremecieron de una manera completamente diferente.

Dio una última mirada al aparcamiento, a los terrados, a las otras ocupantes de camiones, rincones, terrados, que aquella noche no habían tenido tanta suerte como ella, que nunca tenían tanta suerte, pues ella, recordó, era la más felina de todas, la más atractiva de todas, la más…mutante de todas ellas. Su suerte era su desgracia, pensó, mientras saltaba al suelo y se dirigía silenciosamente al pasaje que atravesaba el mercado. Su desgracia que le impedía disfrutar de la compañía de su hija Katten que le hacía tener que vivir en territorio cero, jugándose la vida, prostituyéndose, en la extrema incertidumbre de vivir al día y no saber lo que le depararía el mañana a su pobre hija…pero no pudo evitar sentirse alegre por dentro, pues su desgracia también era su suerte, sin ella nunca habría conocido a Fran, sin ella nunca habría experimentado esa otra vida que hacía palidecer la anterior, que era como comparar una vieja fotografía en dos dimensiones con un holograma a todo color a tamaño natural, algo totalmente incomprensible para quien no pudiera experimentarlo en persona…y entonces ya no habría retorno, como amargamente ella sabía.

Meticulosamente, escondida en uno de los pequeños almacenes soterrados que se abrían en el suelo interior de las paradas del mercado en la zona mutante Sur, tiempo atrás alegres y llenas de vida, ahora cerradas y sin género, malolientes, abandonadas, en tinieblas, fue maquillando sus facciones, recubriendo sus manos, antebrazos, cuello, cara, orejas, con aquella pasta asquerosa pero vital, que le permitía disimular sus mutaciones y poder entrar, brevemente, de manera arriesgada y fugaz, en el mundo humano, en la civilización, allá donde esperaba que su pequeña Katten pudiera forjarse un porvenir, lejos de su desgracia, lejos de su vergüenza, lejos …de ella.

Una vez maquillada, sacó su indumentaria del pequeño escondrijo y se vistió de mujer humana. Que extraño era sentir aquella falsa piel sintética, que la comprimía, le impedía percibir el exterior, la aislaba. Así eran ellos, los no-mutantes, los que se llamaban a sí mismos los humanos, en contraposición a los mutantes, entidades tristes, aislados unos de otros por muros de ropa, de incomprensión, de desconfianza, marcando distancias, jerarquías, órdenes, diferencias, con la finalidad de evitar el contacto y mantener una individualidad egoísta.

Saliendo del mercado por la antaño famosa entrada principal, que siempre estaba abarrotada de visitantes de todas las nacionalidades, y que ofrecía al opulento mundo del pasado productos de todo el globo, dejó atrás las tinieblas y se dirigió hacia el norte, acercándose a uno de los puestos de vigilancia que conectaba ambos mundos, donde dos aburridos guardas no-mutantes alzaron la vista para contemplarla largamente con total desfachatez.

- Alza las manos y separa las piernas, preciosa – le dijo el más bajito al entrar en la cabina de detección – Que hace una mujer tan guapa en un sitio tan peligroso como este – le espetó de nuevo, mientras su compañero manejaba los controles de la cabina – Si buscas emociones fuertes, en un par de horas estoy libre, te apetece dar una vuelta? – Mientras sonaba el esperado zumbido de aceptación, Silvia miró fijamente al guarda, que le sostuvo la mirada un instante, antes de retirarla asustado – Bueno preciosa, tampoco es para ponerse así, si no te apetece pasear… – La puerta de la cabina se abrió con un crujido, y Silvia entró en el mundo humano con paso firme. Alzó la cabeza para distinguir el apenas perceptible campo de fuerza que, a modo de cúpula, cubría aquella larga avenida, El Paseo, que en su extremo inferior era el único punto de conexión del mundo humano con el mar en muchos quilómetros de costa alrededor, y que en aquella zona hacía de estrecha, sinuosa, aparentemente débil pero inflexible frontera entre el norte y el sur del territorio mutante. Una frontera permeable, pues al igual que los viejos cántaros exudaban en su piel humedad para mantener fresca el agua en su interior, la sociedad humana había comprendido la necesidad de permitir el acceso al territorio mutante a determinados humanos sedientos de aventura y experiencias extremas, para mantener la mayoría de su sociedad pura y fresca, manteniendo dichas innombrables prácticas fuera de su interior, en lugares ocultos donde la ley humana no podía llegar. Para ello El Paseo era ideal, pues ya durante eras había sido lugar de encuentro entre viajeros y sus sueños, entre marineros y sus pasiones, entre la soledad, la tristeza y el desasosiego, y quien estaba dispuesto a aliviarlas, mediante todo tipo de servicios, a cambio de aligerar la cartera de manera infalible, rápida y eficaz.

Silvia se dirigió de inmediato a un Terminal público, donde accedió a su cuenta bancaria, ingresando las tarjetas de la noche, murmurando deseos de felicidad a su hija, escribiéndole una breve nota y comprobando que, una vez más, ella no había respondido a sus mensajes, aunque sí había hecho una serie de pequeñas extracciones en la cuenta. – Con todo mi amor, Katten – murmuró, con la esperanza de que, esta vez sí, hubiera respuesta de su corazoncito.

Viendo Paseo arriba una pareja de guardias de élite que bajaban hacia ella, y aprovechando que paraban y pedían la documentación a una pareja de borrachos, cerró la comunicación y cruzó, con apariencia distraída, pero velozmente, El Paseo hasta una garita de salida a la zona mutante Norte, donde vivía hacía ya tanto tiempo.

Los guardas, como de costumbre en ese sentido de acceso, no le dirigieron más que una mirada fugaz, permitiéndole una rápida salida a la zona mutante Norte. El olor allí era espeso, pues soplaba viento proveniente del mar, y traía los aromas de los desechos acumulados allí durante años. Silvia recordó por un momento la playa, donde la llevaban cada verano sus padres a jugar junto a su hermano pequeño Joel, recordó con nostalgia el sol brillante, la suave caricia de las olas y como jugaba con sus padres a perseguir los peces bajo las cristalinas aguas. Ahora la playa era un lugar peligroso, dominado por familias de mutantes acuáticos que la utilizaban como área de caza. El mar se había vuelto tan peligroso tras la revolución mutante, que los humanos no mutantes se retiraron al interior, dejando una franja de seguridad de la costa a los mutantes terrestres, manteniendo únicamente como contacto con el mar algunos puertos muy vigilados y protegidos, como el que existía al final de El Paseo.

Se dirigió a un callejón oscuro, pasando al lado de una antigua fuente, reliquia de tiempos medievales, de cuando la ciudad había estado amurallada y aquel callejón era el camino de entrada al recinto protegido, irónicamente ahora era la entrada a una muerte segura si no se andaba con cuidado. Entró en uno de los portales, antiguo local comercial que una vez vendió todo tipo de ropa. Escuchó, oculta entre las sombras interiores del portal, mientras sus ojos se acostumbraban a las penumbras interiores. Oyó un ligero movimiento a su izquierda, algo diminuto se había movido entre las montañas de desechos de suelo. Tensando sus piernas y arqueando su espalda, localizó la fuente de sonido, y en un rápido salto atrapó con las manos la jugosa rata, a la que mordió de inmediato en el cuello, saboreando su caliente sangre, su palpitante carne, su último suspiro de aliento abandonando su lánguido cuerpo, abandonado a lo inevitable.

Dejó sus ropas en el escondite habitual de la planta subterránea del local, y echó un vistazo a sus reservas de crema maquilladora, mientras roía uno de los huesos de la rata. – Tendré que comprar más crema al maldito bulboso – dijo para sí mientras recogía cuidadosamente todos los restos de la rata para depositarlos lejos en el exterior. Con tanto vampiro rondando, nunca se era suficientemente cauto, cualquier resto de sangre podía ser una pista para atraer sorpresas desagradables, y aquel refugio le gustaba, tenía ropas en abundancia para disfrazarse, y un depósito de agua aún no corrompida que le servía para hacer sus abluciones diarias antes de irse a casa a dormir.

Subió por las escaleras hasta el terrado, y oteó el nocturno horizonte, dominado aún por la luna, su luna, que contemplaba impasible como humanos y mutantes se disputaban el dominio de la tierra, una vez eliminada la mayoría de la biodiversidad tanto en la tierra como en el mar y en los cielos – Bueno, mientras queden ratas, tampoco es tan grave – dijo para sí mientras saltaba al cercano terrado, liberada al fin de las opresoras ropas humanas y en plenitud de fuerzas, con los sentidos aguzados al máximo, detectando cada movimiento, cada sonido, sintiendo su entorno como si ella formara parte íntima de él, saltando de sombra en sombra sin hacer ningún ruido, pegada a las paredes y objetos de su camino, oculta, de manera totalmente instintiva, natural, sin ningún esfuerzo consciente, como si en toda su vida nunca hubiera sido otra cosa más que una gata salvaje y libre.

Aterrizó en el palacete con cierto cansancio, pero al tiempo, con una excitación creciente que la dominaba por momentos. Esta era su hora preferida del día, el final de la noche justo antes del inicio de una tímida alba, cuando más que ver, se intuía una mayor luminosidad proveniente del poderoso astro que reclamaba su trono en el cielo, que había abandonado momentáneamente pero que estaba decidido a recuperar sin piedad.

Descendió las escaleras hasta la segunda planta, la de Fran, y escuchó su difícil respiración a través del pasillo y la puerta del dormitorio entreabierta. Al acercarse percibió su particular olor, único, diferente a todo lo humano o mutante que hubiera conocido, que mezclaba a partes iguales el frescor del sotobosque de encinas y robles mediterráneo, con el particular picor y dulzor aromático de las trufas, de los hongos que maduran entre las sombras y elevan con gran esfuerzo sus setas para emitir sus esporas y reproducirse. Al entrar en el dormitorio lo vio durmiendo en la cama boca arriba, con la cara girada hacia la ventana, el pecho desnudo parcialmente cubierto por una agostada sábana. Su piel era abrupta, torturada, llena de recovecos, salientes y grietas, de colores que oscilaban del blanco marfileño hasta el negro azabache, pasando por una miríada de marrones y ocres que con la escasa luz de la luna tendían a uniformizarse en negro, aún para sus sensibles ojos. El pelo, si podía denominarse así, era un manojo de breves fibras, de escasos filamentos que temblaron con vida propia cuando se aproximó a acariciarlos con la mano.

Fran abrió los ojos – Hola Silvia, siempre tan silenciosa

- Ya sabes que me gusta sorprenderte

- Me sorprenderé el día que dejes de hacerlo

Silvia lo besó con cariño, con extrema delicadeza, mientras de un grácil salto subía a la cama, tumbándose sobre él. Apoyó la cabeza en su pecho, mientras él la abrazaba y suspiraba. En un entorno salvaje, hostil, caótico, de pesadilla, habían hallado su pequeño refugio, su salvación, aunque solo fuera por unos breves instantes cada noche.